El padre - Relato breve

 


Tom era padre de un niño de siete años, llamado Isaac. Pero Tom no lo quería. Siempre lo menospreciaba y lo hacía quedar mal frente a las demás personas. Le decía que era un niño tonto, que no sabía comportarse en público y siempre lo dejaba en ridículo. Le decía que estaba muy decepcionado de él y que hubiera sido mejor que no naciera.
La sonrisa de Isaac siempre estaba apagaba por el trato de su padre y como lloraba, su Tom lo regañaba más y más. Muchas veces incluso le pegaba. Y por más que Isaac se esforzaba en hacer las cosas bien, para Tom todo lo hacía mal.
Un día Ana, la mujer de Tom y madre de Isaac, le preguntó a su esposo por qué era así con su hijo.
‒Debe aprender que la vida es dura.
‒Pero tú eres su padre, podrías…
‒No te atrevas a querer enseñarme cómo educar a mi hijo.
Durante esa noche Tom tuvo un sueño. Caminaba por un lugar. Alguien iba delante de él y Tom lo seguía. No se alcanzaba a ver el rostro del desconocido, pero se oía su voz. Entonces llegaron a una casa y no fue problema entrar a ella, atravesándola como si fueran fantasmas.
Ahí un hombre ebrio golpeaba a un niño indefenso, pero lo golpeaba con todas sus fuerzas. El niño lloraba y suplicaba que se detuviera, pero el hombre, como si las súplicas del niño fueran su motivación, lo maltrataba con más y más fuerza, con saña podría decirse.
Tom preguntó al desconocido:
‒¿Por qué me traes aquí?
‒Quiero saber qué opinas de que el padre golpee a su hijo.
Tom pareció pensar su respuesta y dijo:
‒Está bien, los hijos deben aprender y la mejor manera es con golpes.
De pronto el hombre borracho aventó al niño contra una mesa y el pequeño se rajó la cabeza. Le comenzó a salir sangre.
Tom, sin querer, llevó su mano a su cabeza y se talló en el mismo lugar donde el niño se había golpeado.
‒¿Lo recuerdas? ‒preguntó la voz‒. Ese niño eres tú, Tom.
Algo se conmovió en Tom al oír aquella declaración, como si empezara a recordar.
El hombre ebrio volvió a golpear al niño, esta vez en la cara y llamándolo tonto repetidas veces.
‒¿Qué opinas ahora, Tom?
El aludido no dijo nada esta vez. Se quedó callado, mirando la escena macabra, pensando.
‒Tu padre fue muy duro contigo, por eso terminaste odiándolo y ahora, ¿dónde está tu padre?
‒Olvidado… –respondió Tom en un susurro‒. Olvidado y odiado por mi corazón. Él está muy lejos y no quiero volver a verlo nunca más.
‒¿Deseas que un día Isaac haga lo mismo contigo? –preguntó la voz.
Tom no dijo nada y comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos.
‒¿Por qué me muestras esto? –preguntó Tom, secándose las lágrimas, pero otras ya estaban en la puerta de sus ojos.
Entonces el hombre se quitó la capucha y Tom contempló su rostro. Era el mismo hombre borracho que golpeaba el niño.
‒Soy yo, Tom –dijo el hombre con los ojos vidriosos‒. No digas nada, hijo. Sé que me aborreces y soy la última persona que deseas ver en tu vida. Pero acabo de morir y quise venir a despedirme. Lamento mucho haberte dado una infancia tan dolorosa y no haberte dado lo que realmente necesitabas de mí: amor y atención. Acepto que fue mi culpa. Pero si llegas a perdonarme algún día, solo te pido que no repitas mi error con tu hermoso hijo. Él no tiene la culpa. Te amo, Tom. Y aunque nunca te lo dije, durante mi vejez me hiciste mucha falta. Extrañé tus visitas, tus abrazos. Extrañé todo. Me marcho, pero no olvides lo que te he dicho.
Tom despertó de su sueño y descubrió que lloraba. Estaba sonando el teléfono y supo de qué se trataba.
Por la tarde del siguiente día fue al sepelio de su padre y sobre el ataúd le dijo que lo perdonaba. Ese día Tom lloró mucho, tanto como aquel niño que había visto en su sueño.
Después de unos días Tom llevó a su niño de siete años al parque. Isaac se sorprendió al ver que su padre le sonreía, entonces él también sonrió. Lo abrazó con fuerza y le dijo que lo amaba más que a nadie en el mundo. Desde ese día Isaac se convirtió en un niño muy feliz, porque tenía al padre más amoroso del mundo.


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